No por el placer de tenerte
o de perderte,
por el precio de la prisa,
o de la ambición,
de desconocer que una caricia
hace más estragos
que una flecha al corazón.
Enigmática hembra,
fúgate conmigo a respirar café
en tragicómica apariencia,
que estoy anémico de tu cariño,
de tu resplandor subversivo,
con el que unges a quien se acerca
como adoradores al sol.
Y este indómito cavernícola,
que apenas puede soñar con tu voz,
se deshace en la concupiscencia,
en las sensuales muestras que dejas
como las migas abandonadas
en aquel cuento atroz
y de repente se despista
y no encuentra ni rastro de tu huella,
ni rastro conspirador
que me mantenga alerta
y devuelva un atisbo de esperanza
de esa caricia malsana
de un beso que lleve tu sabor.
Quédate conmigo un segundo,
por favor,
antes de que el mundo se marchite
y que yo mismo deje de ser yo.
Déjame desgarrarte el alma a besos,
enraizarme en las grietas y en las ramas
de tu árbol generoso de llamas cálidas
y déjame treparte alrededor,
de tus piernas desde abajo,
de tus muslos en flor,
y déjame devorarte entera
que seguiré subiendo por tus brazos
para llenarte la boca y la vida
de este invasor destinado
a incendiarte y liberar tu corazón.